Hace poco me tocó decir qué pensaba de mi misma, cómo me veía. Tras unos segundos resoplando como si estuviera en un examen oral, lo primero que me salió fue algo tal que así:“romántica, pero no romántica en plan solo pareja, no, no, me refiero a romántica del nivel de ver cosas bonitas en todas partes. Ah, y soñadora desde pequeña.” Respiré y, un poco avergonzada con haber sacado esa parte “buena”, me ataqué de pleno con la parte mala: “creo que soy perezosa, no hago nunca nada de lo que quiero hacer al llegar a casa”. Vale, sé que no es algo muy negativo, pero me moría por meter algo aunque fuera con calzador. Una de cal y otra de arena. Lo malo es que, al menos en público, casi siempre optamos por la cal, porque mucha arena queda fatal.
He aquí el mal de todos los males. Vivimos en un presente que nos obliga a querernos a nosotros mismos sobre todo si somos chicas pero no nos da las herramientas reales para poder hacerlo. A ver si me explico. Los que odiéis las matemáticas me entenderéis: esto es como cuando no tenías ni idea de resolver un problema y alguien te daba el resultado. Esa alegría efímera de salvar el culo se terminaba cuando en un examen tenías que arreglarlo de principio a fin tú sólito, sacar conclusiones y razonar tu respuesta. Mi resumen es que de nada sirve el “Jo tía, anímate que tú vales mucho”, si se ha estado cavando durante años en el subconsciente con mensajes continuos sobre lo que es la belleza, el amor, la felicidad y el peso ideal. Tu eres perfecta seas como seas y digan lo que digan, no hagas caso a comentarios sin sentido que van hacerte solo daño, quierete y olvida lo que digan.
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